Brecht aspiraba a que la audiencia no dejara de ser consciente de que asistía a una representación y, por tanto, de vez en cuando sus actores se dirigían directamente al público para recordarle que eran eso, actores, que sobre el escenario no había ninguna auténtica Madre Coraje perdiendo a sus hijos sino una señora que recitaba frases escritas por otro, que no debían dejarse llevar por los sentimientos sino mantener el espíritu crítico y comprender el auténtico significado de la obra, que el antibelicismo no había de ser emoción pasajera sino voluntad de acción.